lunes, 28 de abril de 2014

Del armario a la alfombra: La homofobia y el miedo.


“Lo que no debes hacer es airear tu condición, porque ya se sabe cómo está el mundo”.


Esta frase que muchos (afortunadamente, no todos) homosexuales hemos escuchado me hunden. No me hunden por el significado en sí (que también), sino por el de quién provienen dichas palabras: Familiares y allegados, todos unidos y dispuestos a contribuir a lo que voy a bautizar como entierro postarmario.

Tras la salida triunfal del armario en la que dichos familiares se muestran entusiasmados y estupendos con la idea y esos “yo lo veo normal y correcto” que huelen a chamusquina si se repiten demasiado, llega el entierro postarmario. El momento en el que, poco a poco y sin apenas darte cuenta, te van guardando bajo la alfombra de la que sólo puedes salir en ocasiones especiales con tu AMIGA especial.

Una de las frases que más he escuchado y parecen repetirse con mayor asiduidad es la de “A mí me parece muy bien lo de tu amiga, pero no deberías ir por ahí aireándolo”.


Analicemos la frase*à                    
A mí me parece correcto lo de tu nov…nov…nov… [incapacidad innata de pronunciación del vocablo] siempre y cuando nadie se entere, puesto que afecta a mi situación personal y social, a lo que considero mi inherente condición como ser humano en el mundo. Sin mi reputación no soy nadie, tú podrías acabar con eso…  Esto… ¿Yo te dije que me parecía bien y correcto? Ah, no fui yo, fue el pelele”.  Entonces saludas al pelele y tu vida acaba ahí mismo. [saluda al pelele aquí abajo]. 


Bien, esto no sería casi ningún problema si no fuera porque  con airear se refiere a muestras de cariño públicas. Y no hablo de empotrar contra una farola como hace tu primo con la Yesi, NO. Hablo de, no sé, ir de la mano con tu pareja en un sitio donde “puedas encontrarte a algún conocido”; como por ejemplo, San Petersburgo si eres de Cuenca. Lo típico.  

Y yo pienso, medito: ¿No he pasado suficientes años encerrada en un armario como para ahora esconderme debajo de la alfombra? ¿Qué clase de trauma o insatisfacción personal hace que muchas personas se fijen hasta el punto de ver algo malo en algo que no les importa? 

Sí, tal vez sean vuestros amigos, vuestros hermanos, y lo peor y más frecuente: Padres. Pero ¿compensa?

A mí no. No me compensan los eufemismos, ni me compensan las manos debajo de la mesa. Me resulta incómodo no ser natural, me deprime, me rompe, y nadie, ni siquiera quien me trajo al mundo, tiene derecho a hacerme decidir entre ser plenamente feliz o vivir angustiada bajo unas inseguridades que no me pertenecen.  Porque yo sí, soy lesbiana, y quiero tener plenos derechos, quiero poder casarme, quiero poder formar una familia, pero antes de eso, y lo más importante: No quiero tener que elegir entre la familia en la que crecí y la que quiero formar. O lo que es lo mismo en el mismo orden de factores: Entre el donde fui a parar y lo que soy.

El vocabulario en este sentido tiene una importancia esencial. Es sabido por todo el mundo que se usa, no sólo para comunicar, sino también para “amaestrar”. Y aquí es cuando llega el turno de mi tan odiada palabra “amiga”.

En mi caso, tengo un hermano, con novia, lo que acentúa aún más la diferencia. Él sí tiene novia, y yo tengo amiga. La cosa está en que estas palabras me sablan. Queda muy bonito decir que mi novia es mi mejor amiga, que ciertamente, lo es. Pero no es mi amiga ni podría serlo jamás, precisamente porque es mi novia.
   
Que sí, que entiendo que hay “personas mayores poco acostumbradas”, pero nuestros padres, queridos compañeros, no son octogenarios. De hecho, he conocido a octogenarios con la tan peculiar habilidad de llamar a las cosas por su nombre. 

Gracias a este déficit muchas personas confunden las cosas. Por ejemplo, en la escena lésbica de Cisne Negro pueden pensar que son dos bailarinas compañeras y amigas [of course], intercambiando opiniones sobre pasta dental. 

"-Joder, Natalie, voy a tener que comprarme Licor del Palo
- Casi aciertas cari... Es marca Cansum."
Sí, es un follón. Y, por encima de todo,  queda muy feo decirle a mi “amiga” que tengo otras amigas, pero lo cierto es que ¡las tengo!. “Amiga, he de confesarte que tengo otras amigas”, pues no, no digo semejante gilipollez porque es mi mejor amiga y lo sabe, pero a ver cómo le digo yo al resto del mundo cuál de todas mis amigas es mi amiga. 

Cuál me ha roto o alegrado el corazón, con cuál de todas mis amigas duermo, con cuál me caso... Complicarse la vida, sí. A mí al menos, lo del pseudo-postarmario me huele a chamusquina...

Puta alfombra tete…

  

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